En
mi casa siempre me enseñaron a sumar. Me explicaron que en grupo y mediante el diálogo
se dividen los esfuerzos y se multiplican los resultados (no las realidades). Aprendí
con el tiempo que son muchas las percepciones pero una la realidad (que es
inaprensible en su totalidad y complejidad, pero que existen espacios de
entendimiento cercanos a lo que podría ser la objetividad).
Y
por lo visto, ahora más que nunca, se empeñan en decirnos que la realidad se
divide en dos (Público o La Razón); que la política se divide en dos (azules o
rojos); que las soluciones se dividen en dos (“recortar o morir”) y que la
ciudadanía se divide en dos (los que obedecen y los antisistema).
Cuando
la filosofía de la democracia es dividir en dos de forma insultantemente maniqueísta
en lugar de buscar puntos de encuentro que de verdad sean reflejo de la
soberanía popular; cuando impregna de esta visión toda la actividad “política” (ahora
que si en la Final de Copa o estás con los nacionalistas o con España; que si
en el Consejo General del Poder Judicial estás con Dívar o con Benítez; que si
en Educación estás a favor de Educación para la Ciudadanía o en contra…), cuando,
en definitiva, seguimos jugando a simplificar en indios y vaqueros, buenos y
malos, es que algo va mal. Cuando la pluralidad de visiones y cultura son dos,
es que las cosas pueden hacerse de otra forma: mejor.
Y
quizás aquí tengamos una responsabilidad más con la sociedad los futuros
trabajadores sociales: concienciar de que las políticas sociales no son
propiedad de la izquierda y por tanto recortables por la derecha; que la lucha
por la justicia social no es antónimo de (ni se puede medir en) desarrollo
económico sino sinónimo de desarrollo humano; que los derechos sociales no son
posteriores a la prosperidad económica, ni privilegios sino inalienables al ser
humano y por tanto “deberes” de los Estados.
Quizás
este deba de ser nuestro trabajo en este tiempo: unir y sumar “realidades” en
lugar de dividir y reducirla a una ecuación mal planteada.
Quique Viosca.
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