Movimiento y política
Este artículo nos habla de la importancia
de participar en los movimientos sociales, de cuando las estructuras sociales,
políticas y económicas no se adaptan a la realidad y a los problemas sociales
actuales.
La idea que apunta el autor de estar alejados del
sistema político no significa que las personas debamos alejarnos de la vida
política, sino más bien todo lo contrario. Nos invita a la participación e
implicación sobre los problemas actuales que afectan al Estado, pero con la idea
de que quizás los problemas que afectan actualmente a la sociedad, no se
reflejan en la mayoría de las propuestas electorales de los grandes partidos
políticos y para ello deben ser los movimientos sociales quienes impulsen el
cambio desde la realidad social.
El autor recoge y legitima las nuevas formas de
movilización popular, que lejos de lo que sus detractores defienden, no
necesitan de un liderazgo ni de
propuestas concretas, solo del hecho en sí, una sociedad que comienza a tomar
la calle y vuelve a tener consciencia de que parte del poder político y las
políticas sociales dependen de los/as ciudadanos/as.
Rosa Peiró
Las formas de transformación política sólo son eficaces situándose fuera
del sistema político para obligarlo a cambiar
El 15 de
octubre del 2011 marcó un hito en la emergencia de los movimientos sociales en
la era internet. Cientos de miles de personas se manifestaron en más de mil
ciudades de 82 países respondiendo a una convocatoria inicialmente sugerida por
un grupo de Facebook llamado Propuestas Post-15M y asumida por
Democracia-Real-Ya-Internacional y Takethesquare. La iniciativa se perfiló en
una reunión de redes de activistas en Barcelona a inicios de septiembre
convocando la manifestación global del 15-0 bajo el lema #unitedforglobalchange.
Los manifestantes criticaban al capitalismo financiero causante de la crisis y
a gobiernos percibidos como estando a su servicio. No hubo líderes ni comité de
dirección. Sólo asambleas y redes locales conectadas en redes globales.
Paralelamnte
surgió otra iniciativa en julio de la revista Adbusters, radicada en
Vancouver y especializada en la crítica de la publicidad. Difundió en internet
la imagen de una bailarina danzando sobre el toro de Wall Street con una frase:
"Nuestra única demanda: ocupa Wall Street. El 17 de septiembre ven con tu
tienda". Esa fecha es el día de la Constitución de EE.UU. y la demanda era
separar dinero y política. A partir de ahí grupos diversos empezaron a preparar
la ocupación. Y simultáneamente indignados en todo el mundo decidieron
por su cuenta asediar los centros financieros de sus países.
Tras las
revoluciones árabes, las revueltas en Grecia, los indignados en España y
Europa, la masiva movilización contra el Gobierno en Israel y la rápida
difusión de ocupaciones y manifestaciones, con apoyo de los sindicatos en
cientos de ciudades de EE.UU., la convergencia de las protestas el 15-0 señaló
el carácter global del movimiento. Pero cada cual incluye sus propias
reivindicaciones y proclamas. En Barcelona una asamblea propuso pasar "de
la indignación a la acción" con el lema "Nuestras vidas o sus
beneficios". En Madrid y otros lugares fueron consignas distintas. Y la
web de los acampados de Nueva York hizo explicita la conexión entre
movimientos: "De Tahrir Square a Times Square".
Y es que no
hace falta liderazgo porque cualquier iniciativa se difunde viralmente por
internet, sumándose a ella quienes están de acuerdo y añadiendo de su propia
cosecha. Si hubiese un comité global de dirección sólo pequeños grupos de
activistas se darían por aludidos. Si hoy se puede hablar del nacimiento de un
nuevo movimiento social de alcance global es porque carece de liderazgo o
ideología unificada y por disponer de internet como plataforma flexible de
difusión de iniciativas, debate de ideas y coordinación de acciones.
Este movimiento
en continua metamorfosis no puede ser encasillado política o ideológicamente.
La inmensa mayoría son gente de todas edades y opiniones que se indignan por
diversos motivos y coinciden en que no tienen confianza en los actuales canales
de representación política. De ahí que intelectuales y dirigentes políticos
vaticinan día tras día su disgregación mientras sigue subiendo como la espuma.
O bien, tras reconocer su fuerza a regañadientes, acaban desdeñándolo por no
tener resultados concretos, por no organizarse en un proyecto político. Tales
actitudes revelan un desconocimiento de la práctica de los movimientos sociales
en la historia. Los movimientos sociales tienen efectos políticos,
frecuentemente fundamentales, pero no son políticos en el sentido tradicional
del término, no se refieren a la ocupación del Estado. Los movimientos cambian
la mentalidad de las personas y, por tanto, los valores de la sociedad, son
fuente de creación y cambio social. Los partidos políticos trabajan sobre lo
que ocurre en la sociedad para gestionar las instituciones que rigen la vida
social. Cuando las instituciones pueden escabullirse del control ciudadano,
parece que el poder es de los partidos y todo depende de resultados
electorales. Pero cuando surge una distancia creciente entre representantes y
representados, cuando el modelo económico, ecológico, de protección social o de
modo de vida entra en crisis o es cuestionado, entonces los movimientos
sociales son la fuente de renovación de la sociedad, el único antídoto contra
la esclerosis de una política sometida a las fuerzas irracionales del mercado y
a las racionales de la codicia.
Sin embargo,
dícese, toda esa energía social tiene que canalizarse en opciones políticas. No
siempre. Hay distintos ritmos del paso de lo social a lo político: lentos en
periodos de estabilización, acelerados en momentos de crisis en donde se busca
una nueva política. Por eso las crisis conducen a veces a opciones demagógicas
y líderes populistas, paladines de la xenofobia y aventureros de la violencia.
Pero también surgen voces y prácticas de profundización de la democracia que van
cambiando las reglas del juego. Algunos partidos aprenden la lección y se
apuntan al cambio para sobrevivir. Otros se atrincheran y descalifican. En
ciertos casos se desintegran y a la clase política existente la echan a
gorrazos, mientras su espacio empieza a ser ocupado por nuevos actores
políticos impensables hasta entonces (ecologistas, piratas, alianzas
electorales en torno a principios democráticos (control de los bancos, reforma
de elecciones) o en defensa del respeto de derechos sociales (salud, educación,
vivienda) ) en contraste con los partidos que aparentan defender intereses
generales pero que en realidad defienden los del partido. Las formas de
transformación política son variopintas y contextuales. Requieren movilización
y tiempo. Y sólo son eficaces situándose fuera del sistema político para
obligarlo a cambiar: vaciándolo de votos mientras no haya opciones válidas,
imponiendo fórmulas de control de la gestión con desobediencia civil a
políticas contrarias a los programas votados, defendiendo el control del
ciudadano sobre el uso específico de sus impuestos, etcétera.
La única opción
no es votar por uno u otro. Puede ser también elaborar e imponer reformas
políticas que aseguren la participación ciudadana en decisiones concretas,
mande quien mande. Cuanto más funcione la democracia participativa más efectiva
será la democracia representativa. Otra política es posible. Pero sólo tomará
forma tras un periodo de indignación y acción. La vida no termina el 20-N. De
hecho acaba de empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario