viernes, 20 de enero de 2012

La vida moderna y sus riesgos.

Observamos la multitud anónima que desfila por nuestras calles saturadas. Observe esos rostros preocupados, esos rasgos fatigados no iluminados por ninguna sonrisa. Mire esas espaldas encorvadas, esos tórax estrechos, esos vientres obesos. ¿Son felices todos esos civilizados?. Ya no tienen hambre ni frío, por lo menos la mayoría, pero necesitan píldoras para dormir, calmantes para sus dolores de cabeza y tranquilizantes para soportar la exigencia. Aislados de la naturaleza, hemos realizado la proeza de contaminar el aire de nuestras ciudades, nos hemos encerrado en nuestros despachos y hemos desnaturalizado la alimentación. Además, el duro combate por el dinero ha endurecido nuestros corazones, ha impuesto silencio a nuestros escrúpulos, ha pervertido nuestro sentido moral.
La degenerescencia biológica se acentúa a una cadencia aterradora que no parece "aterrar" a nadie y que ni siquiera se advierte. Tranquilizadoras estadísticas nos dicen que nuestras probabilidades de vida han aumentado en equis años: pero, no nos damos cuenta que dilapamos en pocas generaciones un patrimonio hereditario acumulado desde centenares de miles de años.
¿Cómo detener esta degenerescencia?
Nuestra medicina, aunque constantemente en progreso, es impotente. Ha adquirido, sin embargo, un capital de conocimientos que suscitan nuestra legítima admiración y orgullo. 
Pero todo esto no basta.
Los mismos progresos de la medicina dan a los civilizados una feliz impresión de seguridad. Creen que todo les está permitido; ningún exceso los asusta, nada les detiene.
¿Cae uno enfermo? "Basta" con ir al cúralotodo: a él le corresponde reparar los desgastes rápidamente; es su oficio. 
No quieren darse cuenta de que su erróneo modo de vivir es el causante de la mayoría de sus males y que mientas no consientan en modificarlo, los médicos, a pesar de sus ciencia, no podrán asegurarles sino una salud precaria entre dos enfermedades.
Prisioneros de la civilización, ¿qué podemos contra este rodillo compresor? ¿Renunciar a nuestra ciencia, a nuestra técnica, a nuestra vida civilizada? ¿Quemar los libros, encerrar a los sabios y a los técnicos, volver a las cavernas y bosques de la prehistoria?


                                                                                               Alumna: Émpar Benedicto Laparra, grupo G.




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